20071204

'Libre' como en 'libertad de elección'


Soy un empedernido desmadrador de aparatos; principalmente computadoras, y pocos alicientes he encontrado tan adictivos como el software libre.

Desde mi primera distribución de Linux Debian, hace siete u ocho años, que nunca supe instalar pero me llevó a dejar en blanco el disco de la computadora, hasta el Ubuntu que llevo cuatro días queriendo meter en una Macintosh vieja; pasando por incontables instalaciones, reinstalaciones, actualizaciones y desactualizaciones de Mandriva, en la casa y el trabajo; de OpenOffice, Gaim-Pidgin y Mozilla-Seamonkey, bajo Linux, Windows y MacOS, más otro puñito de aplicaciones para Palm, simpre estoy, como las termitas o las hormigas, sacando algo para meter algo más; afinando un proceso --laboral, no en código; la programación y yo fumamos la pipa de la paz hace quince años--, ajustando la apariencia de una aplicación o sus atajos... Y siempre hay alguien que pregunta: «Oye güey, si ya dejaste esa máquina bien, ¿por qué sigues moviéndole hasta que la vuelves a madrear?» Y alguien que dice: «Déjate de pendejadas y usa Windows y Word; todo mundo lo hace y nadie mas que tú se queja».
Aquí hay dos puntos que necesitan aclaración: no es que «le mueva» porque algo «está mal»; solamente se trata de que no puedo tener las manos ni la cabeza quietas, soy curioso por naturaleza, del tipo experimentador... No crecí, sigo siendo un niño en ese aspecto, ad maiorem Dei gloriam. La otra, que sin ser un inconformista a ultranza, me disgusta que para usar unas pinzas tenga que llevar toda la caja de herramientas sobre los hombros; dicho de otro modo, que para comer pollo tenga que tragarme las plumas... Sin metáforas: no me gustan Windows, MacOS ni MSOffice porque para gozar sus pocas virtudes debo sobrellevar sus muchos defectos, soportar sus limitaciones técnicas y legales; hacerme al molde y usar la computadora como ellos lo determinan, no como yo lo quiero, o por lo menos como yo lo necesito.
Ésa es mi buena razón para optar por «la tercera vía», es decir, el software libre: tengo una apreciable cantidad de opciones para experimentar, desde el comportamiento básico del sistema operativo hasta la definición de atajos de teclado en una miniaplicación para seguir el estado del tiempo, sin hablar del aspecto de la pantalla, las ventanas y las herramientas; probar distintos modos de hacer lo mismo hasta encontrar el que me satisface; maneras de funcionar; poner los iconos, barras y botones de las ventanas donde a mi mano derecha le quedan más cómodos, no donde dice que deben estar un programador sin idea del diseño ni la ergonomía... Prefiero la libertad de elección, que implica la capacidad de decidir, y así como creo en la democracia y asumo la responsabilidad de vigilar a los candidatos elegidos, y prefiero elegir bien a los diputados y regidores --mis representantes-- que a los del Poder Ejecutivo, y asumo también el precio de elegir mal, así sobrellevo las relativas desventajas de ir por el camino informático menos transitado.
No soy politólogo y carezco de lo que se necesita para analizar «como se debe» a un candidato y su propuesta; un funcionario y su (dis) función, pero eso no me prohíbe el derecho a la democracia, ¿verdad? Tengo la obligación ciudadana de analizar, elegir y demandar desde mi sitio y capacidad. De la misma manera, el hecho de no ser un ingeniero, técnico o administrador de sistemas computacionales no me quita el derecho a analizar, probar y elegir, desde mi capacidad y función como usuario, lo que mejor me convenga.


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