20100311

Regocijo


El relajo de bandas como The B-52’s, Red Hot Chili Peppers o Black Eyed Peas, en el escenario y en las bocinas, nos recuerda –debería recordarnos siempre– que el arte es una actividad vital, gozosa, no sólo –ni siempre– lánguida y crepuscular; solemne a lo menos.

Como ejemplos en la misma esfera popular, de algo más sosegado pero al cabo feliz, vienen a la mente «It's Just Another Day», de Paul McCartney; «Here Comes the Sun», de George Harrison; «Octopus's Garden», de Ringo Starr, y en general la obra intermedia de The Beatles; así como la primera obra en castellano de Joan Manuel Serrat: ¿quién puede evitar una sonrisa de molicie y una lágrima de ternura al escuchar «Canción infantil», sobre todo, si acompaña el café de la mañana?
Estas canciones, estos artistas, son un llamado a la vida y al sol, al jolgorio; al relajo si se quiere: al desfogue y la risa; a chocar la copa en el más cordial ‘¡salud!’ Son émulos de aquel rey bíblico –David– que en la euforia de sus alabanzas a Yahvé olvidaba hasta el recato y, a fuerza de saltos, se le alzaba la túnica más de lo correcto (lo cual recuerda aquellos conciertos de RHCP protagonizados por un calcetín).
Son también los continuadores de esa línea amable marcada, en el ámbito formal, por barrocos como don Johann Sebastian Bach, seguida por Wolfgang Amadeus Mozart, el estadounidense Aaron Copland (su Rodeo y El Salón México son imprescindibles) y rematada a hoy por nuestro compatriota Arturo Márquez.
Los ávidos escuchas de la música formal y los géneros populares exóticos, así como espectadores de otras manifestaciones artísticas, tendemos a menospreciar «el mitote» como un rasgo de populacho, de dispersión, rechazo a la seriedad (y la autoridad); de calidad dudosa. Nada más falso; ninguna percepción del arte más errada que ésta: el arte es subversivo, y la música –arte por antonomasia–, mucho más: voltea nuestra percepción patasarriba (eso significa ‘subvertir’), para que contemplemos lo que nos estaba negado desde nuestra perspectiva; reemplaza el atrófico «estado de comodidad» por el «estado de alerta» que acelera el corazón, excita los sentidos, aviva la mente y el alma.
La calidad tampoco es pretexto. He escuchado sinfonías ejecutadas con manufactura muy inferior a lo entregado por Black Eyed Peas en Monkey Business, y en la música folclórica o world music, como la llamamos ahora los dizque entendidos (que muchas veces hacemos muy poco bien a la auténtica música popular), escuchamos frecuentemente voces más chillonas y desentonadas que las de The B-52’s; y valga decir, tiene su encanto esa amalgama de voz femenina casi infantil, de metal muy notorio, con el fraseo ronco, disonante, de la voz líder masculina.
En los géneros populares, no podemos omitir nuestra valona michoacana, jocosa en tono y texto, crítica e irreverente; magistral en su manufactura literaria, que hermana los sones del Bajío con el son arribeño, ese «canto a lo humano» de la Sierra Gorda, y con el son veracruzano de jarana y arpa que siempre termina sonándonos a una especie de Georg Friedrich Händel tropical.


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