20120119

Somos caballeros


El miembro de un Clan esculta o de la Oficialidad en una institución de estructura militar, recibe como parte de su investidura, real o figuradamente, la espada: no se trata sólo de un arma, sino del símbolo presente y vínculo histórico con la tradición de los nobles guerreros que, desde la Era de los Imperios –Romano, Japonés, Azteca...–, consagran su vida a la autodisciplina, la lealtad, la defensa del débil, la justicia y la Patria. 

A don Manuel Santos, RS, y da. Norma J. Andalón, PS, antiguos y leales compañeros de andadura.
A don José Juan Carrión Rangel, Cmte. RFAE, ejemplo de militar y gentilhombre allende la mar.
A don Héctor Íñiguez, Of. EFDM, quien honra nuestra Guadalajara con su ejemplo y labor.
A don JR Magallanes y don Jorge Cortés, 3os. Cmtes. PDMU, maestros y compañeros de armas en más de dos sentidos.


La palabra castellana ‘caballero’ nos remite de inmediato al guerrero ecuestre: hombre con tal dominio de sí, que puede dominar también al poderoso equino como parte de su propio cuerpo, y trata al animal con la misma gentileza y decoro, pero también con la severidad y austeridad, que su persona. En inglés, este concepto se enuncia mediante los términos gentleman –‘gentilhombre’–, knight –‘campeón’, ‘defensor’– y, prestado del francés, cavalier (<chevalier), el hombre a caballo.
Los guerreros águila y jaguar aztecas, el samurai japonés, eran asimismo considerados en sus respectivas culturas una casta superior de combatientes, los únicos dignos de ingresar a la nobleza por méritos, no por nacimiento, y eventualmente regir a su comunidad de origen o incluso a su nación; ejemplos de varón, de guerrero, atleta y cortesano; hasta de hombre de religión, tal como los caballeros-monjes medievales... Todo ello por tres cualidades que cultivaban hasta el extremo: autodisciplina, sentido del honor y autosacrificio.
Para la imaginación popular, el caballero es todo eso. Para la mística de nuestras instituciones, el rover/precursora y el oficial son... todo eso: defensores del débil y de la justicia, campeones de su patria, guerreros –preferiblemente ecuestres–, líderes de valientes, maestros de sus subordinados, modelos de austeridad hacia sí mismos y de generosidad hacia los menos favorecidos; de gentileza hacia todos y todo; de reverencia total hacia lo sublime y lo trascendente.
Como jefe de unidades intermedias de tipo militar o dirigente de grupos escultas, el oficial o el rover/precursora es, pues, modelo, padre/madre y maestro/a.
Por eso la bandera o el estandarte se confían al más novel de los oficiales, el más puro, el que tiene más fresca la experiencia de la investidura y, por ello, del compromiso moral que ha adquirido: el alférez, suboficial o subteniente. Lleva en sus manos inmaculadas la enseña que encarna, con su simbolismo, lo que la Unidad considera más sagrado.
Y por eso el más veterano, el que comanda las centenas, se denomina ‘capitán’, es decir, ‘cabeza’: es la mente que crea, la memoria que advierte, los ojos y oídos que perciben lo que la tropa no ha aprendido a distinguir. A sus órdenes están los ‘tenientes’, es decir, los que sostienen su autoridad y la transmiten inalterada al personal, mediante sus propias personas y palabras.
Así como los clases y oficiales nunca dejan de ser cadetes –antes bien, encarnan estados cada vez más puros y plenos de la cadetería–, los jefes y generales nunca dejan de ser oficiales, es decir, caballeros/damas, sólo que lo son –creemos como artículo de fe– en mayores grados de nobleza.
De la misma manera, el rover y la precursora nunca dejan de ser lobatos, troperos ni caminantes; sólo son una encarnación más decantada del escultismo. Y, como dirigentes, tienen un sus manos el poder y el deber de ennoblecer al Clan, la Comunidad, la Tropa y la Manada confiados en sus manos. Para ello cuentan con los jefes de las Ramas, que transmiten inalterada su autoridad a los miembros del grupo mediante sus propias personas y palabras.
Me parece inconcebible un líder con barras en los hombros o con motas coloradas en las medias, que cometa actos indignos sobre la tropa que ha jurado instruir o sobre los civiles que ha jurado defender, y no sienta por ello una vergüenza de muerte. Aquí la contraparte femenina de ‘caballero’, que es ‘dama’, viene bien para dar idea de la virtud con que debe vivir en todo momento quien ocupa esta parte de la jerarquía en nuestras instituciones.
Siento imposible un combatiente «en todos los órdenes de la vida» (J. Jiménez C.) que no comience por derrotar cada día los pequeños vicios y comodidades que le impiden ofrendarse plenamente a la formación de sus subordinados, a la misión por la Patria y la Institución que dice ser su vocación, a la defensa de todo lo que es justo y verdadero.
En el estado actual de nuestras sociedades democráticas e igualitarias, no se puede entender más la palabra ‘nobleza’ sólo como un estamento que lastra al pueblo con el costo de su ociosidad, sino como un estado moral e intelectual que todos tenemos derecho de alcanzar mediante el esfuerzo propio y méritos objetivos. Eso mismo representa el ingreso al Clan o a la Oficialidad: el reconocimiento que hace la institución de un individuo que se ha esforzado de manera permanente por mejorar su condición y, sobre todo, la de sus prójimos; de quien no sólo aspira, sino que trabaja, por hacer más humanos y dignos a quienes lo rodean, humanizándose y dignificándose a sí mismo en el proceso.
Que san Jorge de Capadocia vencedor del dragón, patrono de los guerreros a caballo, y san Miguel Arcángel vencedor de Luzbel, patrono de los abnegados infantes, intercedan ante el Señor de los Ejércitos para que nos conceda la lealtad y pureza intachables de Parsifal.








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