20120912

Mucho más que un pasatiempo


Es un juego, sí, y lo jugamos en serio, como dictan los textos fundamentales de nuestras instituciones. Pero de ninguna manera un pasatiempo. No estamos aquí «desestorbando» mientras mamá hace las compras... Aprender a vivir tampoco es un pasatiempo: es el juego más serio de todos; dura toda la niñez y la juventud. 

A Monserrat Topete

La organización juvenil, por gracia de los padres de familia y el mismo joven, es hecha parte de este juego. La institución debe ser, vista desde aquí, como un ligero cambio de reglas, una elevación de las metas que intensifique el sentido lúdico de esta etapa de la vida, para pasar por ella contento a la vez que fortalecido; un acento en el sentido de competencia contra el ‘yo’ de ayer; estímulo a la participación activa del sujeto en el juego de su autoconstrucción material, corporal, intelectual y espiritual.
La institución se ofrece como un apoyo a los muchachos y paterfamilias empeñados en ganar este juego, positivamente deseosos de alcanzar el premio de una vida adulta plena: sana, solidaria y generosa; orientada hacia un fin muy superior a meramente subsistir, reproducirse y morir.
Quien piense en las organizaciones juveniles como algo inocuo, solamente entretenido, no se sorprenda ni se ofenda cuando sus hijos o sus pares le den lecciones de integridad, fortaleza emocional y física; de autodisciplina y civismo. Porque entre juegos, prácticas y campamentos; competencias, campañas de acción social y excursiones, somos escuelas, y las escuelas están para formar, no para entretener. La diversión es un ingrediente legítimo, importante, de nuestros métodos, pues se trata de hacer amable al chico el proceso de autoformación, pero nunca su fin. Para eso están las guarderías por hora.
Así como los adultos juegan futbol o van al gimnasio sudando hasta la última gota; así como cultivan ritualidades en el trabajo, la comunidad religiosa y la vida familiar que establecen las relaciones entre las personas; entre éstas y el medio, lo abstracto-trascendente y las superestructuras sociales; así como asumen responsabilidades y compromisos en todos estos ámbitos, así mismo el muchacho adopta un papel sociológico relevante en el grupo y, jugando, se ejercita, ritualiza-socializa y cultiva el sentido del deber, bajo un método formativo y sobre una base ideológica concebidos para reforzar su proceso madurativo integral.
Entre jugar en serio el juego de la vida, metido en un uniforme y sujeto al método que lo acompaña –aun así sea el de un equipo deportivo–, y evadirlo en una pandilla, una pantalla o pasatiempos improductivos, es más probable que nuestros hijos sean adultos competentes y felices si optamos por la primera alternativa, mientras lo hagamos con seriedad.
Tanto entre los miembros de la organización juvenil como entre los padres e instructores, la perseverancia es un elemento fundamental para que este esfuerzo devenga en formación auténtica. Sin perseverancia, todo queda en mero desgaste de los mayores y entretenimiento inútil para los chicos, privándolos de oportunidades excepcionales para crecer en aptitudes, madurez e integridad. 
Rehuir el esfuerzo y la constancia en las primeras edades, es garantía de llevar una vida mediocre, subsistencial y dependiente; intolerante a la frustración y, por tanto, incapaz de alcanzar su realización humana. Por eso debemos jugar el juego de crecer, jugarlo en serio y hasta el final de la partida: para que después, en la brega de la vida real, tengamos lo que se necesita para triunfar.


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